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Crónica imaginaria de un conductor imprudente que atropella mortalmente a un ciclista en Palomeque (Toledo)

Crónica imaginaria de un conductor que atropella mortalmente a un ciclista, se da a la fuga, es arrestado y finalmente puesto en libertad.

Imaginemos por un momento que somos una persona de 28 años que, tras una noche de fiesta con mucho alcohol y alguna que otra sustancia estupefaciente, decide coger el coche para ir a dormir la mona a casa de los papis. Imaginemos nuevamente que, en el trayecto a casa y fruto de esa euforia que corre por nuestras venas, aceleramos más de la cuenta nuestro flamante Audi A4 de color gris y adelantamos a todo aquel que se interpone en nuestro camino. Por último, imaginemos que, en uno de esos adelantamientos con el gas a fondo y los ojos más cerrados que abiertos, escuchamos un terrible impacto en el vehículo: el producido al atropellar mortalmente a un ciclista.

¿Qué hacer después de provocar semejante suceso? ¿Cómo reaccionar cuando es más que probable que drogas y alcohol continúen campando a sus anchas por nuestra sangre? Nada mejor que huir del lugar del accidente a toda costa, ya sea en coche o a pie. Solo una idea permanece fija en nuestra mente: evitar que la Guardia Civil nos haga el test de drogas y alcohol y, de paso, deshacernos del material 'sobrante' de la noche de fiesta, por si las moscas. Al fin y al cabo, ha sido un accidente y, si conseguimos demostrar que no íbamos ni borrachos, ni drogados, ni demasiado rápido, todo queda en eso, un 'accidente', aunque sea imprudente. ¿Lo mejor? Desaparecer unas cuantas horas en el monte, en casa de un colega de fiesta o donde sea. Que las aguas vuelvan a su cauce.

Pasan las horas. Pasa un día. Nuestro organismo está limpio otra vez, dentro de lo que puede considerarse limpio tras aquella noche entera de excesos. Es hora de volver a casa y afrontar la situación; ya tenemos elaborada una versión de los hechos bastante creíble. No conducíamos bebidos. No conducíamos drogados. No conducíamos superando el límite de velocidad. Fue un descuido, fue un accidente. No vimos al ciclista y, tras el mortal atropello, nos entró el pánico. Somos una de esas personas muy sensibles, nos asustamos y no fuimos capaces de reaccionar. Por eso huimos del lugar. Solo por eso. No hicimos nada malo. Fue un accidente. De verdad de la buena.

Llega la Guardia Civil a casa, tras más de 24 horas buscándonos. Nos leen los derechos, delante de unos abochornados papis, y nos llevan al cuartelillo para prestar declaración. Repetimos al pie de la letra la versión de los hechos que hemos memorizado para salir lo más indemnes posibles del mal trago. También ante el juez. No conducíamos bebidos. No conducíamos drogados. No conducíamos superando el límite de velocidad. Fue un descuido, fue un accidente. No vimos al ciclista y, tras el mortal atropello, nos entró el pánico. Somos una de esas personas muy sensibles, nos asustamos y no fuimos capaces de reaccionar. Por eso huimos del lugar. Solo por eso. No hicimos nada malo. Fue un accidente. De verdad de la buena.

La historia da sus frutos. Todo parece desarrollarse según lo previsto. El juez nos acusa de un delito de homicidio imprudente con un vehículo de motor. Lo normal en estos casos, según otros hechos similares leídos en Internet. Como medida cautelar, nos imponen que comparezcamos cada 15 días en los juzgados y nos dejan en libertad. Han sido dos días malísimos pero, al menos, parece que no vamos a ir a la cárcel. Hay que llamar a los colegas. Hay que celebrarlo. Hay que olvidar. Que el alcohol y las drogas cumplan con su función. Fue un descuido, fue un accidente. De verdad de la buena.

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