El dolor muscular y articular es una realidad común para quienes practican deporte, tanto en el ámbito profesional como en el recreativo. Las exigencias físicas que conlleva la actividad deportiva pueden derivar en contracturas, esguinces, torceduras o sobrecargas musculares, situaciones en las que los tratamientos tópicos representan una alternativa eficaz para aliviar las molestias. Las cremas con efecto frío y calor son una herramienta terapéutica de fácil aplicación y efectos contrastados.

Cuándo y como usar cremas con efecto frío y calor
Las cremas de efecto frío están indicadas para el tratamiento de procesos inflamatorios agudos. Este tipo de productos, gracias a sus ingredientes de acción refrescante, contribuyen a reducir la hinchazón, el dolor y la sensación de calor que suelen acompañar a las lesiones recientes. Componentes como el mentol, el árnica, la menta o el eucalipto son habituales en su formulación por sus propiedades calmantes y antiinflamatorias. Estas cremas resultan especialmente útiles en situaciones como esguinces, torceduras o sobrecargas musculares producidas tras el ejercicio físico intenso.
El mecanismo de acción de las cremas de efecto frío se basa en la vasoconstricción, es decir, la reducción del flujo sanguíneo en la zona afectada. Esto permite disminuir la inflamación y la percepción del dolor, favoreciendo la recuperación de la zona lesionada. Su aplicación suele recomendarse entre dos y tres veces al día, mediante un suave masaje que facilite la absorción del producto y potencie su efectividad.

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Por otro lado, las cremas de efecto calor están destinadas al tratamiento de dolores musculares o articulares de carácter crónico. A diferencia de las cremas frías, estas fomentan la vasodilatación, lo que permite mejorar la circulación sanguínea en la zona de aplicación. Ingredientes como la capsaicina, el jengibre o la cúrcuma aportan propiedades analgésicas y antiinflamatorias, ideales para combatir la rigidez articular, las molestias derivadas de la artritis o las contracturas persistentes.
El uso de cremas con efecto calor favorece la relajación muscular y ayuda a reducir la sensación de dolor en tejidos profundos. Este tipo de productos suele aplicarse también de dos a tres veces al día, insistiendo en la realización de un masaje que asegure la correcta distribución del producto y maximice sus beneficios.

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La elección entre una crema de efecto frío o calor depende fundamentalmente del tipo de dolor a tratar y de la fase del proceso inflamatorio. Mientras que las cremas frías son la opción preferente en las primeras 48 horas tras una lesión, cuando la inflamación está presente, las cremas calientes resultan más adecuadas una vez superada esa fase o en casos de dolencias crónicas.
Es fundamental tener en cuenta la zona de aplicación, sobre todo si se trata de áreas sensibles o con la piel dañada, donde conviene optar por fórmulas de menor intensidad. Además, es recomendable realizar una pequeña prueba previa en la piel para descartar posibles reacciones adversas, especialmente en personas con historial de sensibilidad a alguno de los componentes.
Utilizadas de forma adecuada, las cremas con efecto frío y calor se han convertido en una solución eficaz para el tratamiento localizado del dolor muscular y articular. Pueden contribuir a acelerar la recuperación y mejorar la calidad de vida de quienes sufren estas molestias, sin necesidad de recurrir de inmediato a tratamientos farmacológicos más agresivos.