Los ciclocomputadores modernos ofrecen una avalancha de datos que pueden convertir una salida en bicicleta en una clase de estadística avanzada sobre ruedas. Pero entre tanta información, no todas las métricas son igual de relevantes, ni aportan valor real al entrenamiento o a la experiencia sobre la bici. Entender qué mirar y qué dejar en segundo plano puede marcar la diferencia entre progresar o frustrarse.

La clave para interpretar los datos sin perder el disfrute de pedalear
La velocidad media ha sido durante años la referencia clásica, pero su utilidad es limitada. Depende demasiado del tipo de terreno, del viento, del tráfico o incluso del estado de ánimo del ciclista. Analizarla como indicador de forma física puede llevar a conclusiones erróneas; es mejor sustituirla por métricas más consistentes, como la potencia normalizada o el ritmo cardíaco en relación al esfuerzo percibido.
La frecuencia cardíaca sigue siendo una métrica básica y muy útil, sobre todo para ciclistas que no utilizan potenciómetro. Permite controlar la intensidad del entrenamiento, vigilar la recuperación y detectar fatiga acumulada. Sin embargo, hay que tener en cuenta que el pulso se ve afectado por la temperatura, la hidratación o el estrés, por lo que conviene interpretarlo dentro de un contexto más amplio.
La potencia es, hoy por hoy, la métrica más precisa para medir el rendimiento. Los potenciómetros han dejado de ser una herramienta exclusiva de profesionales y cada vez son más accesibles. Gracias a ellos se puede entrenar con objetivos claros basados en vatios, lo que facilita controlar la carga de trabajo y comparar esfuerzos de forma objetiva entre diferentes rutas o sesiones.
Otra métrica a la que conviene prestar atención es el TSS (Training Stress Score), una medida que combina duración e intensidad del entrenamiento para cuantificar la carga total. Es ideal para planificar descansos y evitar el sobreentrenamiento. En cambio, valores como las calorías estimadas o el desnivel acumulado, aunque resultan curiosos, no aportan información directa sobre la mejora del rendimiento.
El ritmo de ascenso (VAM) puede ser un buen indicador para los ciclistas que entrenan en montaña, especialmente en puertos o segmentos largos. Permite medir la capacidad de mantener potencia y cadencia en ascensos prolongados, una referencia clave para ciclistas de Cross Country o Gran Fondo. Aun así, su valor depende mucho de las condiciones meteorológicas y del tipo de subida.
En el extremo opuesto, las métricas relacionadas con el GPS como el tiempo de movimiento, las pausas o la velocidad máxima suelen tener más valor recreativo que técnico. Son datos que entretienen, pero no ayudan a mejorar ni a planificar la temporada.
La clave está en priorizar las métricas que se puedan controlar y mejorar con entrenamiento estructurado: potencia, frecuencia cardíaca, cadencia y carga total. El resto, aunque vistoso, puede distraer de lo realmente importante: pedalear con constancia y disfrutar del proceso. En definitiva, un ciclista inteligente no es quien acumula más datos, sino quien sabe interpretarlos para sacar conclusiones útiles.