Entre los ciclistas, tanto aficionados como profesionales, hay una duda que persiste de forma recurrente: ¿conviene más entrenar a primera hora del día o esperar hasta la tarde? Aunque la respuesta puede depender de factores personales, las investigaciones científicas relacionadas con los ritmos circadianos ofrecen ciertas claves para tomar una decisión más fundamentada.

Ritmos circadianos, cronotipos y otras cuestiones
Los ritmos circadianos, reguladores del reloj biológico humano, inciden en numerosos procesos fisiológicos, incluido el rendimiento físico. Según estudios publicados en revistas como Chronobiology International, las capacidades atléticas suelen alcanzar su pico entre las 16:00 y las 20:00 horas, coincidiendo con el momento del día en que la temperatura corporal es más elevada. Este aumento térmico favorece tanto la fuerza como la resistencia muscular, elementos fundamentales en el rendimiento ciclista.
Sin embargo, el entrenamiento matinal también tiene argumentos científicos a su favor. Investigaciones aparecidas en Medicine & Science in Sports & Exercise destacan que ejercitarse por la mañana puede generar una activación metabólica prolongada durante el resto del día. A ello se suma el impacto positivo que puede tener en la motivación y el estado de ánimo al comenzar el día con una actividad física exigente.
El cronotipo individual, es decir, la inclinación biológica a ser más activo en determinados momentos del día, también juega un papel clave. Existen personas con mayor rendimiento por la mañana (alondras), otras que rinden mejor al atardecer (búhos), y aquellas que muestran una adaptación más flexible a distintos horarios (colibrís). Para los ciclistas, identificar su cronotipo puede ser tan determinante como el plan de entrenamiento en sí, ya que permitirá ajustar el horario de las sesiones a su momento de mayor eficiencia física.
Elegir entre entrenar por la mañana o por la tarde no debería centrarse únicamente en el rendimiento máximo. Hay beneficios concretos asociados a ambos extremos del día. Por ejemplo, quienes entrenan por la mañana suelen lograr una mayor regularidad, evitando imprevistos laborales o sociales que puedan interferir más adelante. Además, comenzar el día con actividad física mejora el estado de alerta, algo especialmente útil para quienes buscan mantener altos niveles de energía.
Por su parte, entrenar por la tarde proporciona ventajas fisiológicas evidentes: mayor temperatura corporal, músculos más elásticos y menor riesgo de lesiones. La mejora del sueño es otro aspecto a tener en cuenta. Un estudio de la Universidad de Chicago sugiere que entrenar al final de la jornada puede favorecer una mayor calidad del descanso nocturno, siempre que no se realice justo antes de acostarse.
No hay una respuesta universal a la pregunta de cuándo entrenar. Los condicionantes laborales, los compromisos personales y, en el caso de los deportistas, el calendario competitivo, son determinantes adicionales. Para quienes tienen rutinas estrictas, la mañana puede ser la única opción viable. Por el contrario, quienes disponen de flexibilidad horaria pueden sacar provecho de las ventajas fisiológicas que ofrece la tarde.
En definitiva, más allá de la hora, lo crucial es mantener la regularidad, adaptar el entrenamiento al estilo de vida y, si es posible, al cronotipo natural. La ciencia avala las bondades de ambos extremos del día, pero el ciclista debe decidir con realismo cuál se ajusta mejor a sus circunstancias.