Uno de los elementos más importantes para la seguridad de cualquier ciclista, sea aficionado o profesional, es el casco. A primera vista puede parecer que un casco en buen estado estético sigue siendo seguro, pero esa percepción puede ser engañosa. La integridad estructural de este componente clave puede verse comprometida con el paso del tiempo, por pequeñas caídas o incluso por la exposición a condiciones ambientales. Comprender cuándo un casco ha dejado de cumplir su función protectora es esencial para evitar riesgos innecesarios.

Cuándo un casco deja de ser seguro
El desgaste invisible es uno de los mayores peligros. Los cascos de ciclismo están diseñados con materiales ligeros y absorbentes de impacto, principalmente espuma EPS (poliestireno expandido). Este material es excelente para dispersar la energía de un golpe, pero está concebido para hacerlo una sola vez. Aunque por fuera el casco no muestre señales evidentes de daño, una caída o golpe menor puede haber deteriorado su capacidad de absorción sin dejar marcas visibles.
Otro factor crítico es el envejecimiento de los materiales. La mayoría de los fabricantes recomienda sustituir el casco cada cinco años, aunque no haya sufrido impactos. Con el tiempo, el EPS pierde propiedades debido a la degradación química causada por el calor, los rayos UV, la humedad y el sudor. Los componentes plásticos y las almohadillas internas también se deterioran, comprometiendo el ajuste y la estabilidad del casco sobre la cabeza.
Es importante estar atento a señales de advertencia. Las más evidentes son grietas en la carcasa externa o en la espuma interior, deformaciones, partes sueltas o roturas en las correas de sujeción. Pero también se debe prestar atención a detalles más sutiles, como un acolchado que ha perdido su grosor o firmeza, o ajustes que ya no se mantienen estables durante la marcha. Estos síntomas pueden indicar que el casco ha superado su vida útil, incluso si nunca ha sufrido una caída.
Por otra parte, no todos los impactos son iguales. Un golpe seco contra el asfalto en una caída urbana puede ser tan lesivo como un impacto contra una rama en una ruta de montaña. En ambos casos, la energía transferida al casco puede haber reducido drásticamente su eficacia futura. Ante cualquier impacto relevante, lo más prudente es reemplazar el casco, independientemente de su aspecto exterior.
Además, conviene tener en cuenta que no todos los cascos ofrecen la misma protección. Los modelos actuales, sobre todo los que incorporan tecnologías como MIPS (Sistema de Protección de Impacto Multidireccional), ofrecen una protección superior frente a impactos rotacionales, más comunes en accidentes de ciclismo. Si el casco que se utiliza no dispone de este tipo de tecnología y ya tiene varios años, el cambio no sólo será una cuestión de seguridad, sino también una mejora en prestaciones.
La protección que ofrece un casco está directamente relacionada con su estado estructural y su diseño. Mantenerlo en condiciones óptimas implica no sólo revisar su aspecto físico, sino también entender los límites técnicos de sus materiales. Por ello, la revisión periódica, el reemplazo tras impactos y la atención al envejecimiento son medidas preventivas fundamentales para cualquier ciclista que valore su seguridad.