La práctica del ciclismo, ya sea en carretera, montaña o ámbito urbano, está asociada a valores como el esfuerzo, la constancia y la pasión por el deporte. Sin embargo, tras la imagen disciplinada del ciclista hay toda una serie de comportamientos que, aunque habituales, rara vez se admiten abiertamente. Son detalles aparentemente menores que forman parte de la experiencia ciclista y que, por su frecuencia y familiaridad, han acabado convirtiéndose en una suerte de código tácito entre quienes pedalean con regularidad.

Diez cosas que todo ciclista hace
Uno de los gestos más habituales es simular estar en plena forma incluso cuando el cuerpo roza el límite. Es común ver a ciclistas mantener una expresión serena o incluso entablar conversación en plena subida, mientras internamente gestionan el esfuerzo con dificultad. El orgullo siempre va un piñón por encima de las piernas.
En el mismo sentido, no es extraño modificar de forma estratégica el recorrido para coincidir con el punto donde un fotógrafo suele captar imágenes, un comportamiento que responde más al deseo de proyectar una imagen cuidada que a la planificación deportiva. ¿Quién se resiste a una buena foto rodando como un profesional?
Las bicicletas con asistencia eléctrica siguen generando división de opiniones. Muchos ciclistas expresan rechazo hacia este tipo de monturas, considerándolas ajenas al espíritu del esfuerzo. No obstante, quienes han tenido ocasión de utilizarlas suelen suavizar su discurso tras experimentar las ventajas que ofrecen, especialmente en recorridos exigentes. Dicho de otro modo, subes el puerto de tu vida sonriendo y, de pronto, ya no parece tan herejía.
La gestión de las aplicaciones de seguimiento, como Strava, también forma parte del terreno de lo no confesado. Es habitual detener la grabación en caso de avería o pájara, con el fin de preservar unas estadísticas más favorables. Lo importante es la épica, no las estadísticas. Y si el GPS no lo registró, ese minuto parado nunca existió.
De igual manera, muchos ciclistas optan por equiparse con ropa técnica de alto nivel para salidas cortas, algo que responde más a una cuestión estética que funcional. Culote de gama alta, maillot aero, calcetines hasta media pantorrilla y gafas de espejo: listo para la foto, aunque la ruta acabe en la cafetería del barrio.
Otro de los hábitos más extendidos consiste en provocar intencionadamente el sonido de la rueda libre al adelantar a otro ciclista, un gesto más simbólico que práctico. No es ataque, es estilo. Ese clic-clic-clic metálico es el equivalente ciclista a una declaración de intenciones.
También es frecuente permanecer a rueda de un compañero, incluso sin necesidad real de resguardo frente al viento, con la excusa de mantener el ritmo o favorecer el trabajo en grupo. Pero la realidad es que chupar rueda es todo un arte, y muchos han hecho máster en ello sin necesidad de homologación.
La observación disimulada del material de otros ciclistas es una constante. Las paradas para estirar, ajustar la bici o beber agua suelen aprovecharse para inspeccionar montajes ajenos, desde el cuadro hasta los accesorios. Y aunque parezca que el ciclista está relajando el gemelo, lo que hace es calcular cuánto cuesta ese montaje full carbon con electrónica.
Igualmente, se observa un interés especial en cuidar la presentación del avituallamiento: cortar barritas energéticas o retirar el envoltorio de los geles en casa responde al deseo de proyectar una imagen profesional como los ciclistas del WorldTour. Porque el postureo nutricional también cuenta.
Por último, las conversaciones en torno a presiones de neumáticos, desarrollos o métricas de entrenamiento suelen tener un tono técnico, incluso cuando el conocimiento no es profundo. Este tipo de charlas refuerzan el sentimiento de pertenencia al colectivo ciclista y contribuyen a la construcción de una identidad común entre aficionados.
Estos comportamientos, aunque raramente reconocidos en voz alta, son parte del día a día de muchos ciclistas. Reflejan no solo el compromiso con el deporte, sino también la dimensión social, estética y emocional que lo acompaña. Reconocerlos no implica restar valor a la práctica, sino comprender mejor los múltiples matices que hacen del ciclismo una actividad tan rica y compleja.