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Qué ocurre en tu cuerpo cuando pasas un mes sin montar en bici

Una vuelta progresiva, con recorridos suaves, cadencia alta y una transición paulatina hacia entrenamientos más intensos, permite restablecer la base aeróbica y la fuerza de manera segura.

Dejar la bicicleta aparcada durante cuatro semanas supone un parón notable para cualquier ciclista. El cuerpo, acostumbrado a un estímulo regular, comienza a registrar cambios medibles tanto a nivel cardiovascular como muscular. Aunque un mes no implica un retroceso dramático, sí marca una diferencia clara en el rendimiento y en la sensación general al volver a pedalear.

Auto percepción de ciclista después de un mes sin montar en bici. Imagen: TodoMountainBike
Auto percepción de ciclista después de un mes sin montar en bici. Imagen: TodoMountainBike

Un descenso progresivo de la forma física

A partir de la primera semana sin actividad, el organismo reduce la eficiencia con la que utiliza el oxígeno. La capacidad aeróbica empieza a caer y el corazón pierde parte del estímulo que mantenía alto el volumen de sangre bombeado por latido. Este efecto se hace más evidente entre las dos y las cuatro semanas, con una reducción estimada del VO2 máx de entre un 5% y un 12%, según el nivel previo de entrenamiento.

Al mismo tiempo, la musculatura específica del pedaleo, especialmente cuádriceps, glúteos e isquiotibiales, experimenta una pérdida progresiva de fuerza. No se trata de una atrofia severa, pero sí de una reducción de la capacidad de generar potencia sostenida. Los ciclistas que retoman la actividad suelen notar que les cuesta más mover desarrollos habituales y que la fatiga aparece antes.

La pérdida de eficiencia también afecta al sistema neuromuscular. El gesto del pedaleo, tan automático en épocas de regularidad, se vuelve menos fluido. La cadencia natural tiende a bajar y el cuerpo necesita más tiempo para recuperar la coordinación fina que permite rodar con soltura.

Otro aspecto notable es el aumento de la frecuencia cardíaca para esfuerzos moderados. Un entrenamiento que antes se hacía en zona aeróbica puede trasladarse a una intensidad más alta. Esta sensación de irse de pulsaciones es uno de los signos más comunes tras una pausa prolongada.

A nivel metabólico, el organismo reduce la capacidad de utilizar grasa como fuente principal de energía. Esto implica que los depósitos de glucógeno se vacían con mayor rapidez y la sensación de pesadez en las piernas aparece antes de lo habitual. Para las personas que entrenan largos recorridos, este cambio es especialmente perceptible.

También hay una respuesta emocional. El ciclismo genera un impacto positivo en el estado de ánimo debido a la liberación de endorfinas y a la rutina de actividad al aire libre. Al detenerse durante un mes, es habitual notar un descenso general de energía y motivación, algo que se recupera rápidamente al volver a la bicicleta.

La buena noticia es que el cuerpo responde con rapidez cuando se retoma la actividad. En dos o tres semanas es posible recuperar gran parte de la forma perdida, siempre que el regreso sea gradual y estructurado. Forzar demasiado en las primeras salidas aumenta el riesgo de sobrecargas y molestias articulares.

Una vuelta progresiva, con recorridos suaves, cadencia alta y una transición paulatina hacia entrenamientos más intensos, permite restablecer la base aeróbica y la fuerza de manera segura. El mes de pausa pasa una mínima factura, pero no borra los años de entrenamiento acumulado.