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Cosas que los conductores no entienden de los ciclistas (y viceversa)

Las tensiones que surgen no responden solo a la infraestructura o a la normativa, sino a una falta de comprensión mutua que sigue sin resolverse.

Las carreteras son espacios compartidos donde confluyen todo tipo de vehículos, pero también de percepciones, prioridades y desconocimientos. Entre los colectivos que con más frecuencia protagonizan roces, a veces literalmente, están los ciclistas y los conductores de vehículos a motor. Las tensiones que surgen no responden solo a la infraestructura o a la normativa, sino a una falta de comprensión mutua que sigue sin resolverse.

Conductor mirando a ciclista. Imagen: TodoMountainBike
Conductor mirando a ciclista. Imagen: TodoMountainBike

Un objetivo común: llegar al destino de forma segura

Desde el punto de vista del ciclista, muchas de las decisiones que toma al circular pueden parecer incomprensibles para quien va al volante. Rodar por el centro del carril, por ejemplo, es una maniobra que genera quejas entre conductores que creen que se está entorpeciendo el tráfico. Sin embargo, esta práctica, amparada por la normativa de tráfico, se adopta por motivos de seguridad: evita adelantamientos peligrosos y aumenta la visibilidad del ciclista.

También hay incomprensión respecto a la vulnerabilidad. Para un conductor, una aceleración brusca o un cambio de dirección puede ser una simple maniobra; para un ciclista, puede convertirse en una amenaza real. La diferencia de masa y velocidad convierte cualquier despiste o gesto hostil en un riesgo potencialmente grave. No se trata de dramatizar, sino de reconocer que el margen de error para quien pedalea es mucho menor.

Por su parte, los conductores reclaman una actitud más previsible por parte de los ciclistas. Les irrita, por ejemplo, que algunos no respeten semáforos, señales o pasos de peatones. Este comportamiento, aunque minoritario, refuerza una percepción negativa del colectivo ciclista en general. A ojos del automovilista, se vulnera una norma de convivencia básica: si compartimos espacio, compartimos también responsabilidades.

Otra fuente habitual de malentendidos es el uso de las rotondas. En estos espacios de circulación circular, las normas se interpretan de forma dispar. Algunos ciclistas optan por trazar el recorrido por el exterior, sin integrarse completamente en el tráfico. Esto genera confusión entre los conductores, que no siempre saben si deben ceder el paso o si el ciclista va a continuar su trayectoria.

A esto se suma la falta de empatía generalizada. Desde la comodidad de un coche climatizado, cuesta comprender el esfuerzo físico que supone cada kilómetro para quien va sobre una bicicleta. De igual forma, quien pedalea puede minusvalorar las dificultades de los conductores en zonas urbanas densas, con múltiples estímulos visuales y decisiones que tomar en segundos.

La clave para mejorar esta convivencia pasa por el conocimiento y el respeto mutuos. Conocer la normativa que regula la circulación ciclista, entender por qué un ciclista se comporta de determinada manera o ser consciente de su fragilidad sobre el asfalto ayuda a tomar mejores decisiones al volante. Del mismo modo, los ciclistas deben interiorizar que la seguridad también pasa por ser previsibles y escrupulosos con las normas.

La infraestructura, por supuesto, tiene un papel relevante. Carriles bici bien diseñados, señalización clara y espacios pensados para una convivencia real pueden reducir buena parte de los conflictos. Pero mientras tanto, lo más inmediato y eficaz sigue siendo el sentido común, la paciencia y la educación vial desde ambas partes. Porque al final, tanto ciclistas como conductores tienen un objetivo común: llegar a su destino de forma segura.