El volcán más emblemático de Cabo Verde, el Pico do Fogo, se eleva 2.829 metros sobre el Atlántico. Hasta allí viajó Richard Gasperotti con una única idea en la cabeza: alcanzar el cráter con su Mondraker Crafty RR y regresar al nivel del mar dibujando líneas imposibles sobre un paisaje de arena volcánica. La aventura, marcada por una logística complicada, temperaturas abrasadoras y un terreno tan hostil como fascinante, terminó convirtiéndose en una de las experiencias más intensas de su trayectoria.

Un reto técnico, físico y logístico sin precedentes
Antes de poner una rueda sobre el terreno volcánico, Gasperotti tuvo que superar una barrera inesperada: transportar su bicicleta eléctrica hasta Cabo Verde. Las restricciones relacionadas con las baterías de litio le obligaron a recurrir a una empresa de logística capaz de sortear trámites, tasas y una compleja cadena de autorizaciones. El viaje de la bici acabó siendo una odisea paralela a la propia ascensión.
El apoyo local resultó clave. En la isla le esperaba Mustafa Kerim Eren, un alpinista asentado en Fogo y propietario de un pequeño alojamiento cercano al volcán. Él se encargó de recoger la bici y gestionar una entrada en aduanas repleta de dificultades, incluida una tasa del 85% que, según Gasperotti, podría desencadenar un cambio legislativo para facilitar la entrada de bicis eléctricas en futuras expediciones.

Con todos los obstáculos superados, Gasperotti inició el ascenso desde la playa, donde la arena fría contrastaba con un clima que pocos kilómetros más arriba se transformaría en un horno. La subida desde el nivel del mar planteó un desafío físico extremo, marcado por temperaturas crecientes, viento cambiante y un sol que castigaba hasta derretir el protector solar.
Los primeros mil metros discurrieron entre matorral y roca. Más arriba, la vegetación desapareció y dejó paso a un terreno abrasivo de lava, grava suelta y ceniza fina que hacía imposible mantener un pedaleo constante. Cuando la pendiente se volvió demasiado exigente, Gasperotti tuvo que alternar empuje asistido con porteo. El sonido de las piedras bajo los pies y la tonalidad rojiza de la ladera completaron una atmósfera casi extraterrestre.

Tras horas de esfuerzo continuo, alcanzó la cima del cráter. Allí cedió a la tentación de asomarse al interior y deslizarse durante unos instantes por la pared interna antes de regresar al borde. Le esperaba el tramo más esperado: el descenso completo hasta el nivel del mar.
El terreno cambió de nuevo. Lo que antes eran rocas volcánicas se transformó en un polvo fino sobre el que la bici parecía flotar. A velocidades que llegaron a los 80 km/h, Gasperotti trazó líneas fluidas entre nubes de ceniza, surfeando una ladera inestable que exigía precisión absoluta. El esfuerzo acumulado y el pulso acelerado acompañaron un tramo que definió como el mejor descenso de mi vida
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La intensidad del descenso dejó huella en la bicicleta. Los frenos quedaron inutilizados por el sobrecalentamiento y el cuadro acumuló marcas de la roca volcánica. Aun así, el balance final fue positivo. Según explica el propio Gasperotti, la expedición no solo fue un reto deportivo, sino un impulso inesperado para la regulación local, que podría incluir a las e-MTB en el mismo marco fiscal que otros vehículos eléctricos libres de impuestos.