Lo que en su día parecía una rareza se ha consolidado como una estrategia con claros beneficios para organizadores, patrocinadores y ciudades anfitrionas. El Giro de Italia, el Tour de Francia y la Vuelta a España son competiciones profundamente ligadas a la identidad de cada país. Sin embargo, el arranque en territorios vecinos o incluso lejanos responde a una lógica globalizada en la que el deporte funciona como escaparate internacional.

Una estrategia deportiva, turística y económica que trasciende fronteras
El primer motivo es económico. Llevar la salida oficial a otro país supone ingresos directos por derechos de organización, patrocinio y turismo. Gobiernos regionales y ayuntamientos pagan cifras millonarias para albergar un evento que asegura visibilidad mediática en todo el mundo, ocupando horas de retransmisiones televisivas y titulares de prensa.
También existe un objetivo deportivo: acercar las Grandes Vueltas a la afición de países que viven con intensidad el ciclismo, pero que no cuentan con una carrera de tres semanas propia. Bélgica, Países Bajos, Dinamarca o Irlanda han sido escenario de salidas que movilizaron a cientos de miles de aficionados en las cunetas.
El componente cultural y turístico es igualmente relevante. La primera semana de carrera ofrece un recorrido más flexible que las etapas de alta montaña. Esto facilita diseñar itinerarios que muestren paisajes icónicos y ciudades históricas, reforzando la imagen del país anfitrión como destino turístico.
El Tour de Francia fue pionero en este modelo, con su primera salida en el extranjero en 1954 desde Ámsterdam. Desde entonces, la tendencia ha crecido y el Giro de Italia ha llevado su Grande Partenza incluso a países tan alejados como Israel o Hungría. La Vuelta, más conservadora en este aspecto, también ha cruzado sus fronteras en contadas ocasiones, incluyendo la salida en Italia para la edición de 2025.
Para los equipos y ciclistas, estos inicios fuera del país aportan un matiz diferente: jornadas iniciales de traslados más largos, adaptación logística compleja y un ambiente que mezcla la pasión local con la expectación internacional.
Al final, las salidas en el extranjero son una herramienta de marketing deportivo que beneficia tanto a las ciudades organizadoras como a las propias Grandes Vueltas, que amplían su alcance global sin perder la esencia de sus recorridos históricos.